Estamos doblando la esquina de la avenida de Pedro Diez con la calle Cuclillo para llegar a Gruta 77 cuando, de repente, nos encontramos frente a frente con Dick Taylor. El septuagenario guitarrista y sus dos acompañantes pasan de largo y, tras unos segundos de incrédula perplejidad, echamos a correr para abordarle y preguntarle si le importaría concedernos una entrevista. Taylor asegura que no hay ningún problema y nos guía hasta un bar cercano donde, tras invitarnos a sentarnos a la mesa con él, procede a mostrarse sorprendentemente cercano, amable y comunicativo durante los más de treinta minutos que dura nuestra conversación, bromeando y exhibiendo una cercanía que transmite la sensación de estar charlando con un simpático parroquiano con el que coincides a menudo en la misma tasca y que siempre tiene buenas historias que contar.
Pero las historias de Dick Taylor no son las de cualquier parroquiano de bar. El hombre de 71 años que tenemos ante nosotros montó cierta banda junto a unos tales Mick Jagger y Keith Richards allá por 1960; banda que abandonó a finales de 1962, al poco de que adoptaran el nombre Rolling Stones, para montar su propio grupo, los Pretty Things, cuya imagen y actitud hacían que los Stones parecieran hermanitas de la caridad. Durante los siguientes seis años, Taylor y los Pretty Things abanderarían el sonido sucio y subversivo del rhythm & blues británico, serían pioneros en el desarrollo de la psicodelia con temas como “Defecting Grey”, a cuyo lado “Strawberry Fields Forever” o “See Emily Play” parecían inocentes canciones de cuna, y compondrían la primera ópera rock de la historia, S.F. Sorrow, un disco cuyos surcos Pete Townshend llegaría a desgastar de tanto escucharlo. Tras abandonar la banda en 1969, Taylor tuvo un importante rol en el desarrollo del rock underground británico al producir los primeros discos de bandas como Hawkwind o Cochise.
Durante parte de la entrevista también se nos une el carismático vocalista Phil May, que siguió tirando del carro de los Pretty Things tras la marcha de Taylor, llevándoles a grabar su segunda obra maestra consecutiva, Parachute, y guiándoles a través de una década de 1970 en la que se codearon con Led Zeppelin y se convirtieron en una influencia crucial para el movimiento punk antes de su separación en 1976. Pero pese a este papel decisivo en el desarrollo del rock and roll de los últimos 50 años, los Pretty Things nunca llegaron a tener el éxito que hubieran merecido, y mientras sus contemporáneos llenan estadios noche tras noche y ganan millones, Taylor y May llevan treinta años girando en una furgoneta por salas pequeñas con el cartel de “banda de culto” a cuestas. Una circunstancia que, a la larga, probablemente haya demostrado ser un aliciente para los Pretties, que no muestran ni un ápice de la inaccesibilidad, la grandilocuencia y la arrogancia que suele caracterizar a las estrellas del rock. Resulta cuanto menos sorprendente conocer a dos tipos que, con semejante pedigrí, tengan los pies tan en el suelo y derrochen tal simpatía y afabilidad en el trato como Dick Taylor y Phil May. Damas y caballeros: The Pretty Things.
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