Shooter Jennings: Entrevista exclusiva

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Un fenómeno tan propenso a la adoración de mitos del pasado como el rock and roll nunca es un terreno adecuado para ser hijo-de. A pesar de la indiscutible plataforma promocional que un apellido de prestigio puede suponer para un artista incipiente, el peso de su nombre a menudo acaba tornándose una carga insoportable cuando surgen las inevitables comparaciones. Julian Lennon o Jakob Dylan saben bien lo que es vivir perpetuamente a la sombra del talento de un progenitor cuya leyenda oscurece cada uno de sus pasos. Es por eso que Shooter Jennings es una rara avis. Su incontestable pedigree (es hijo de la leyenda de la música country Waylon Jennings y la no menos célebre Jessi Colter) no ha supuesto un impedimento para que, a lo largo de los últimos diez años, Shooter haya construido una trayectoria sólida y en constante evolución, abarcando desde el rock de corte más americano y el country hasta la psicodelia o el rock industrial, para labrarse una identidad propia respaldada pero no coartada por las connotaciones de su apellido. Aprovechando su segunda visita a España a principios de marzo, nuestra redactora Olivia LH se acercó a la madrileña sala Copérnico para charlar distendidamente con un agotado pero risueño Shooter recién bajado del escenario.

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Scott Asheton (1949-2014)

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Nuestro más sincero recuerdo para Scott «Rock Action» Asheton, batería de los Stooges, que ayer cruzó al otro lado donde podrá reunirse con su hermano Ron y George Alexander para rememorar el sonido hipnótico y estridente con el que cambiaron el rumbo del rock and roll para siempre hace ya más de 45 años.

Le despedimos con las palabras de su amigo Fred «Sonic» Smith en el clásico disco en directo de la Sonic’s Rendezvous Band Sweet Nothing:

«You’ve all seen those Arnold Schwarzenegger commercials, I’m sure, where he said he was born with this body, and all that kind of stuff. So look at this, it happens all the time, we  can’t get through a couple of songs because our drummer is stronger than Arnold Schwarzenegger! You believe that? Well it’s true! Look at this man back here. He don’t lift sissy weights, he uses sticks! The beat. And his name is «Rock Action», and they don’t call him that for nothing…»

Hasta siempre Scott.

Pigpen

Pig Drinks

Palo Alto, California. Principios de 1965. Un grupo de cinco individuos insólitamente dispares charlan distendidamente. Hay un tipo de origen gallego con mirada risueña y sólo cuatro dedos en su mano derecha, resultado de un accidente cortando leña a los cuatro años, que no obstante se está granjeando una reputación como uno de los guitarristas más respetados de la escena folk local. Están presentes también el alumno más aventajado de sus clases de guitarra, un chaval disléxico de apenas 17 años, y un delincuente juvenil obsesionado con Elvin Jones y Joe Morello al que el propio Aldous Huxley animó a tocar la batería en contra de la opinión de su profesor de música durante una visita del célebre escritor a su instituto algunos años atrás. El último en incorporarse a la singular comitiva ha sido un intelectual de Berkeley que estudia música electrónica con el compositor italiano Luciano Bero. Pero la voz cantante la lleva un tipo gordo con pinta de motero vagabundo, la clase de personaje al que nadie se atrevería a aguantar la mirada a través de la barra de un bar. El desaliñado melenudo está instando a los demás a abandonar los instrumentos acústicos y dejar de tocar folk y bluegrass para convertirse en una banda de blues eléctrico. Se trata de Ron “Pigpen” McKernan, y sus cuatro acompañantes son Jerry García, Bob Weir, Bill Kreutzmann y Phil Lesh, a partir de ese día más conocidos como los Grateful Dead.

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