Es viernes, son las siete de la tarde y estamos a las puertas de la madrileña sala El Sol. Es de agradecer que haya escampado después de un par de días en los que el otoño ha anunciado su llegada a lo grande porque de momento aquí no hay nadie. Intentamos hacer la espera amena bromeando acerca de qué nombre vamos a utilizar para dirigirnos a nuestro interlocutor cuando éste finalmente aparezca pero los nervios son evidentes y hacen que los minutos pasen más lentos que de costumbre. No es para menos. Estamos citados para entrevistarnos con una banda cuyo nombre está escrito con letras de neón en la historia del rock and roll: The Dictators.
Tras unos diez minutos esperando vemos doblar la esquina de la calle Jardines a un personaje cuanto menos peculiar. Calzado con una bota en el pie izquierdo y una especie de chancla ortopédica que deja entrever un calcetín negro en el derecho, vistiendo pantalón de chándal, una camiseta de André The Giant y chupa de cuero, y coronado con un gorro de lana con las iniciales de la ciudad de Nueva York, este tipo emperillado y de andares chulescos con una imagen a medio camino entre un profesional de la lucha libre trasnochado y un gángster del Bronx no es la clase de persona a quien dan ganas de tomar el pelo. Avanza hacia nosotros y, tras presentarse como Richard, despejando así cualquier duda que pudiéramos tener acerca del nombre a emplear, nos pregunta que si hemos visto a su banda. Le contestamos que no y le decimos que somos periodistas y estamos aquí para hacerle una entrevista, que el técnico de sonido acaba de llegar y ha entrado por el portal del edificio para abrir la sala desde dentro, pero él insiste en el tema del grupo. Siempre le hacen lo mismo, dice; hace más de veinte minutos que han salido de su hotel en la calle Fuencarral y tenían que estar aquí para la prueba de sonido a las siete de la tarde. Él se ha retrasado, haciendo tiempo a propósito suponiendo que los demás iban a llegar tarde pero ni con esas ha conseguido no ser el primero. Le confirmamos que el técnico acaba de decirnos que la prueba es a las siete y media, no a las siete, y sus cejas dibujan una expresión de desconcuelo, como imaginando lo a gusto que hubiera pasado esa media hora extra en su habitación de hotel. Dándose media vuelta y empezando a desandar el camino que ha recorrido hace apenas un par de minutos, nuestro nuevo amigo sentencia:
—Me voy al Dunkin’ Donuts, vuelvo en un rato chavales.
Según gira hacia la calle Montera la reja de la sala se abre y el técnico de sonido emerge preguntándonos si los Dictators aún no han llegado.
—Sí. Richard acaba de estar aquí —le aseguramos.
—¿Y dónde está?
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