The Dictators NYC, parte 2

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Perder a un miembro original es un golpe duro para cualquier banda tan longeva como los Dictators. Inmediatamente, la ausencia de uno de los pilares del grupo suscita el debate entre sus seguidores de si es lícito que el resto siga adelante sin él. Más aún si el que falta es el compositor principal, el autor de todas las canciones que han hecho grande a la banda, el tipo que décadas atrás tuvo una visión que se concretó en más de treinta años de un grupo clave en la historia del rock and roll. Para mucha gente Andy Shernoff es los Dictators y, por tanto, los Dictators no son los Dictators sin Andy Shernoff. Del mismo modo que es difícil imaginar unos Who sin Pete Townshend o unos Creedence Clearwater Revival sin John Fogerty por mucho peso que tuvieran el resto de miembros de la banda, cuesta asimilar la idea de unos Dictators sin Andy Shernoff pese a que Handsome Dick Manitoba, Ross The Boss y J.P. Patterson sigan presentes.

En la puerta de El Sol Willy Vijande, bajista de la formación clásica de Ilegales y técnico de sonido de la sala, quien conoce bien al grupo que tiene que sonorizar esta noche ya que Andy Shernoff incluso llegó a producir un maxi de su banda Electric Playboys allá por 1997, nos comenta que le resulta increíble que los Dictators vengan a tocar sin el bajista de las eternas gafas de sol. Como él, muchos piensan que no es apropiado que la banda utilice este nombre sin estar presente el artífice de todo su repertorio, pero la experiencia ha demostrado la importancia que un nombre puede llegar a tener en el rock and roll, y mientras en esta gira la banda está colgando el cartel de “no hay entradas” allá por donde pasa (incluso han tenido que añadir una segunda fecha en Madrid antes de regresar a Nueva York ante la abrumadora demanda por parte del público), exactamente la misma formación se acercó a nuestro país hace poco más de un año con el nombre de Manitoba y apenas despertaron interés. El apellido NYC, por tanto, parece un precio pequeño a pagar comparado con las ventajas que supone recuperar el nombre The Dictators.

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The Dictators NYC, parte 1

CartelEs viernes, son las siete de la tarde y estamos a las puertas de la madrileña sala El Sol. Es de agradecer que haya escampado después de un par de días en los que el otoño ha anunciado su llegada a lo grande porque de momento aquí no hay nadie. Intentamos hacer la espera amena bromeando acerca de qué nombre vamos a utilizar para dirigirnos a nuestro interlocutor cuando éste finalmente aparezca pero los nervios son evidentes y hacen que los minutos pasen más lentos que de costumbre. No es para menos. Estamos citados para entrevistarnos con una banda cuyo nombre está escrito con letras de neón en la historia del rock and roll: The Dictators.

Tras unos diez minutos esperando vemos doblar la esquina de la calle Jardines a un personaje cuanto menos peculiar. Calzado con una bota en el pie izquierdo y una especie de chancla ortopédica que deja entrever un calcetín negro en el derecho, vistiendo pantalón de chándal, una camiseta de André The Giant y chupa de cuero, y coronado con un gorro de lana con las iniciales de la ciudad de Nueva York, este tipo emperillado y de andares chulescos con una imagen a medio camino entre un profesional de la lucha libre trasnochado y un gángster del Bronx no es la clase de persona a quien dan ganas de tomar el pelo. Avanza hacia nosotros y, tras presentarse como Richard, despejando así cualquier duda que pudiéramos tener acerca del nombre a emplear, nos pregunta que si hemos visto a su banda. Le contestamos que no y le decimos que somos periodistas y estamos aquí para hacerle una entrevista, que el técnico de sonido acaba de llegar y ha entrado por el portal del edificio para abrir la sala desde dentro, pero él insiste en el tema del grupo. Siempre le hacen lo mismo, dice; hace más de veinte minutos que han salido de su hotel en la calle Fuencarral y tenían que estar aquí para la prueba de sonido a las siete de la tarde. Él se ha retrasado, haciendo tiempo a propósito suponiendo que los demás iban a llegar tarde pero ni con esas ha conseguido no ser el primero. Le confirmamos que el técnico acaba de decirnos que la prueba es a las siete y media, no a las siete, y sus cejas dibujan una expresión de desconcuelo, como imaginando lo a gusto que hubiera pasado esa media hora extra en su habitación de hotel. Dándose media vuelta y empezando a desandar el camino que ha recorrido hace apenas un par de minutos, nuestro nuevo amigo sentencia:

—Me voy al Dunkin’ Donuts, vuelvo en un rato chavales.

Según gira hacia la calle Montera la reja de la sala se abre y el técnico de sonido emerge preguntándonos si los Dictators aún no han llegado.

—Sí. Richard acaba de estar aquí —le aseguramos.

—¿Y dónde está?

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